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El Oro Maldito del Monte Ortobene

El Oro Maldito del Monte Ortobene

El Monte Ortobene, la “Montaña de Nuoro” cantada por Grazia Deledda, no es solo una maravilla de granito y encinas, sino también un verdadero cofre de historias antiguas, donde la fe se mezcla con la magia y la realidad se confunde con la leyenda.
Entre sus grietas rocosas, se susurra desde hace siglos el relato de Su Tesoro de Mamudine, una inmensa riqueza maldita que solo espera al avaro para reclamar su alma.

La Sombra del Tesoro y el Engaño del Carro Perdido

Esta es la historia de un campesino de Marreri, un hombre honesto pero no inmune a la codicia, que acababa de invertir todos sus bienes en la compra de un carro nuevo y una pareja de bueyes robustos.

Una noche, sin embargo, su sueño fue perturbado por interminables pesadillas. Por la mañana, el aire helado de Nuoro trajo un descubrimiento escalofriante: el carro había desaparecido.
Sin señales de forzamiento, sin rastro lógico, solo el vacío.
Desesperado, el campesino se lanzó a la espesura del Ortobene, siguiendo las débiles huellas de sus bueyes.

Las huellas lo condujeron a la zona de Mamudine, un lugar considerado desde siempre sagrado y arcano, donde los surcos de las ruedas se volvieron de repente caóticos, como enloquecidos, para luego interrumpirse bruscamente, como si el carro se hubiera desvanecido en un soplo.
El hombre estaba conmocionado, pero su búsqueda no terminó allí.

S’Intrada: La Puerta de la Riqueza (y de la Ruina)

Mientras el campesino y otros que se habían unido a la búsqueda inspeccionaban los alrededores, uno de los más jóvenes notó algo extraño.
Oculto entre el follaje espeso de los arbustos, se abría un estrecho pasadizo: “S’Intrada”, la entrada secreta a un mundo subterráneo.

Al principio incrédulo («¡Mi carro es demasiado grande para pasar por allí!»), el campesino pronto tuvo que rendirse a la evidencia. El muchacho, impulsado por una fuerza misteriosa, apartó ramas y hojas hasta que la abertura se mostró apenas suficiente.

El hombre se adentró con cautela en el angosto paso y lo que vio superó toda imaginación. El interior no era una simple cueva, sino una amplísima plaza subterránea iluminada por una luz débil e inexplicable. Y allí, ante sus ojos deslumbrados, yacía el tesoro:

  • Cottas de oro (vajillas de oro), telajos de oro (telares de oro), marengos (monedas de oro).
  • Y en el centro de todo, el objeto de su búsqueda: su carro intacto, acompañado de una gallina con pollitos, todos forjados en oro brillante.

Era el tesoro de un antiguo rey, maldito por una entidad demoníaca debido a su desmedida avaricia.

La Avaricia, la Fiebre y la Maldición del Diablo

Ante tanta riqueza, toda cautela y todo recuerdo de su misión original desaparecieron. La codicia se infiltró en el corazón del campesino como un veneno sutil. Vació su alforja y, con manos temblorosas, la acercó a la inmensa montaña de monedas de oro.

Llenó el saco hasta hacerlo insoportable. Pero mientras se apresuraba a volver a la luz, un poder oscuro lo atrapó. En cuanto cruzó el umbral, el oro se transformó en carbones ardientes que le quemaron la piel, y su corazón fue golpeado por un terror insoportable.

De regreso en casa, el hombre estaba destrozado, el cuerpo sacudido por temblores incontrolables y el rostro desfigurado por el horror. Una fiebre violenta e inexplicable lo atacó. Permaneció en cama durante días, delirando, y en sus desvaríos relató lo que había visto: el oro, la plaza secreta y la terrible maldición que custodiaba el tesoro.

Los médicos fueron impotentes. Al cabo de una semana, el campesino murió, llevándose consigo la ubicación exacta de S’Intrada.

El Destino del Bandido Balente

Otra versión, quizás aún más aterradora, narra de un audaz bandido (balente) que, tiempo después, consiguió encontrar el misterioso pasadizo. Pero este tesoro tenía un Guardián.

Apenas el bandido dio un paso para tomar el oro, fue atacado por un gigantesco mastín del rey, un perro espectral que defendía la riqueza como una sombra. El balente huyó aterrorizado, y tal fue el espanto que también él fue presa de una angustiosa agonía silenciosa, muriendo días después sin poder revelar a nadie el secreto de Mamudine.

Aún hoy, los ancianos de Nuoro dicen que el tesoro permanece oculto, en la zona agreste de Mamudine, a la espera de otro avaro que ose desafiar la maldición.
De vez en cuando, un soñador o un buscador de tesoros mágicos se aventura entre las rocas del Ortobene, esperando que un sueño premonitorio, como manda la tradición sarda, pueda revelar la ubicación exacta.
Pero lo único cierto es que el Monte Ortobene custodia celosamente su secreto, dispuesto a castigar a quien intente apropiarse del oro maldito por el demonio.